23 de noviembre del 2024
Fotografías: Archivo particular
5 de Febrero de 2013
Por:

Conversación con el geógrafo más importante del mundo.

Por Steven Navarrete

Yi-Fu Tuan: “El hombre siempre ha concebido a la naturaleza como una mercancía”

“Estaba ansioso por introducir en la geografía una dimensión estética, que tomara en cuenta que los seres humanos sienten y muchas veces experimentan fuertes emociones con respecto a los lugares que han visitado o vivido”, dice este chino-estadounidense de 82 años, que se ha convertido en una leyenda mundial, pues es el padre de la geografía humanística, aquella que no se limita a estudiar la altura de las montañas y la longitud de los ríos, sino que busca entender la relación de los accidentes geográficos y las ciudades con el hombre y su vida diaria. Todo un humanista, famoso por frases como: “América Latina trata el espacio público como la sala de su casa, su lugar para el entretenimiento. No es de extrañar que sea una región tan viva”. 

Los medios lo han definido como el geógrafo más influyente del momento. ¿Cuáles fueron las motivaciones que le llevaron a estudiar geografía?
Existen tres razones fundamentales para que tomara la decisión de estudiar geografía. La primera, la más superficial, se debe a que me he mudado bastante, lo cual me hace naturalmente curioso sobre los lugares en los que he vivido. La segunda razón, más seria, es el miedo a la desorientación, tanto geográfica como social. Mi héroe de la infancia era Sherlock Holmes, el detective de ficción que nunca se perdió en los laberintos de Londres, ni en los países extranjeros en los que paso algún tiempo, como el Tíbet. Además, estaba socialmente cómodo en todas las capas de la sociedad, desde la más alta (es decir, el rey de Bohemia) hasta la más baja (es decir, los habitantes de los fumaderos de opio). Yo pensaba que mediante el estudio de la geografía por lo menos siempre sabría dónde me encontraba, sino geográficamente al menos sí socialmente. Mi tercera razón, más profunda, es mi curiosidad sobre el significado de la vida ―lo que significa ser un ser humano―. En lugar de buscar posibles respuestas en la filosofía, que para mí es demasiado abstracta, pensé que iba a empezar desde cero: primero me propuse averiguar cómo vivían las personas en diferentes partes del mundo (geografía), para luego moverme gradualmente paso a paso hacia el significado de la vida: los problemas psicológicos y morales del ser humano.

¿Cómo combinar los planes de renovación urbana con su propuesta de la geografía humanística y de la percepción?
Lafenomenología, en lugar del existencialismo, puede hacer una contribución significativa a la geografía urbana, si entendemos la fenomenología como ‘psicología descriptiva’. ¿Y qué es la psicología descriptiva? Es lo mejor que los novelistas saben hacer. Charles Dickens, por ejemplo, en sus evocaciones de Londres a mediados del siglo XIX, califica como un geógrafo urbano de la persuasión fenomenológica. ¿De qué manera la psicología descriptiva puede contribuir a la planificación urbana? Bueno, le enseña a planificadores urbanos a contemplar la textura espesa de la vida (por ejemplo, en un barrio antiguo) antes de destruirlo para construir un nuevo barrio. ¿Cuántos planificadores urbanos son capaces de ejercer su imaginación de esta manera?

¿Cuál sería una vía de escape para la problemática medioambiental que vivimos?
El hombre siempre ha concebido a la naturaleza como algo para ser utilizado, algo que existe para el beneficio humano. Como una mercancía… Se supone que la filosofía china llamada taoísmo es muy compasiva con la naturaleza, pero no ha impedido que los chinos despojen a fondo el país. Un método consiste en asustar a las personas con imágenes de graves consecuencias si el medio ambiente continúa siendo usado en exceso. Este método se está probando con un éxito considerable. Otro método consiste en enseñar a las personas a valorar la naturaleza y sus grandes obras de arte. Pero no estoy seguro de que sea práctico.

¿Cuál es el impacto que tienen la realidad virtual y las redes sociales en las experiencias del hombre?
En la segunda mitad ―en especial en los últimos treinta años― la tendencia a la privacidad se ha acelerado enormemente, gracias a un aumento general de la riqueza y a las maravillas de la tecnología. Dado que las personas en las ciudades de América Latina elevan sus ingresos, cada día se profesionalizan y alcanzan la clase media, entonces también aspiran a una gran casa en los suburbios o en un conjunto cerrado. No sólo hablamos de que la tecnología conecta a las personas, sino que también promueve la intimidad y el aislamiento. No hace mucho tiempo, los cines estaban llenos. Ahora, las personas son más proclives a ver películas en DVD en su cine en casa. En tanto que las películas se hacen más reales con sus imágenes de alta definición y sonido cuadrafónico, quienes las ven en la privacidad de su hogar tienen experiencias menos reales. 

¿Cómo así?
Bueno, la realidad humana se nos da a través de todos los sentidos, pero sobre todo a través de los sentidos inmediatos del olfato y el tacto. Nosotros, los modernos, tendemos a la atrofia. Algunas ciudades norteamericanas tienen un olor característico y algunos estadounidenses se duchan con frecuencia por temor a tener un olor corporal que los identifique. En cuanto al tacto, incluso el apretón de manos está pasando de moda. La comunicación se da cada vez más a través de iPhone y Facebook. Un estudiante me dice que tiene miles de amigos en su Facebook. Yo le pregunto: “¿Cuántos te han tocado y olido?”. La tecnología y la eficiencia técnica son cosas buenas que sin duda nosotros acertadamente deseamos. Sin embargo, pueden hacer que la vida se sienta irreal debido a su ingenio y a su efectividad para minimizar los acontecimientos fortuitos. Una familia norteamericana en Wisconsin planea un viaje a Florida. Van allí y al regresar sienten un vago sentimiento de decepción. ¿Por qué? Debido a que todo ha ido según lo planeado. No hubo ni siquiera un pinchazo para hacer que el viaje se sintiera real.

¿De dónde surge el concepto de Topofilia? ¿Lo retoma de Gastón Bachelard en su obra La poética del espacio?
Comencé a leer las obras de Gastón Bachelard en la década del 50, cuando yo era profesor asistente de geografía en la Universidad de Nuevo México. De sus obras, pero sobre todo de La poética del espacio, tomo la palabra clave ‘Topofilia’, que me pareció más útil como un principio organizador de las diferentes formas en que los pueblos y los individuos sienten sobre el lugar y el espacio. Pero Bachelard no era mi única fuente de inspiración. Otra fuente fue el poeta inglés WH Auden, quien utilizó el término topophilic en la década de 1930 en una serie de poemas que escribió sobre el paisaje, que título paysage moralise. Al escribir el libro Topofilia estaba ansioso por introducir en la geografía humana una dimensión estética, que tomara en cuenta que los seres humanos sienten y muchas veces experimentan fuertes emociones con respecto a los lugares que han visitado o vivido. 

Su concepto de Topofilia hace referencia a las experiencias sensoriales que los seres humanos experimentan al encontrarse en una espacialidad determinada. ¿Cree que su concepto de puede tener una expresión política?
El libro Topofilia tiene un volumen hermano titulado Landscapes of Fear (Paisajes del miedo). Ambos son estudios de las emociones, de cómo la gente experimenta sensaciones ―positivas o negativas― en los lugares en que vive; son básicamente estudios psicológicos y culturales, por lo tanto apolíticos. Lo político trata sobre las políticas, la formulación de ideas y programas que propicien el cambio: que naturalmente se desea cambiar para bien. Gran parte de nuestro entorno urbano puede ser mejorado, ¿pero se puede realmente cambiar la psicología de las personas, las emociones de las personas, es más, la cultura de las personas? Uno podría preguntarse en qué medida el comunismo, con sus planes quinquenales, cambió el carácter de la ciudad china. El capitalismo ha efectuado mucho más el cambio, a pesar de que no cree en las políticas y planes quinquenales, pero, ay, el cambio no siempre es para mejorar.

Hace más de 50 años que Jane Jacobs escribió su obra culmen The death and life of great american cities, donde realizaba una fuerte crítica a los planes de renovación urbana y a sus productos, segregación espacial y violencia urbana. ¿Cuál cree que es el problema más apremiante que las ciudades americanas deben enfrentar hoy?
Jane Jacobs buscaba transformar las ciudades de Estados Unidos a fin de que se pareciesen más a las ciudades latinoamericanas ―una tarea titánica, puesto que las ciudades de Estados Unidos de mediados de siglo XX son producto del individualismo americano―. Los estadounidenses creen que han encontrado su hogar en los grandes suburbios y en sus higiénicos centros comerciales. El resultado es el vaciamiento y la decadencia del centro de la ciudad. Las ciudades latinoamericanas son diferentes. Hace cincuenta años, muy pocas personas podían darse el lujo o incluso aspirar a una casa en los suburbios. Los latinoamericanos viven en barrios atestados en el corazón de la ciudad y cuando un invitado viene de visita, ¿qué es lo que hace el anfitrión? Él invita a su huésped a ir con él a la plaza pública a tomar una copa tranquilamente. En otras palabras, América Latina trata el espacio público como la sala de su casa, su lugar para el entretenimiento. No es de extrañar que esté tan viva.

¿Cree que puede existir la ciudad latinoamericana desde una realidad ontológica?
La Ciudad de Panamá durante 1959 y Buenos Aires en 1970, son las únicas dos ciudades latinoamericanas que he visitado, así que no puedo hablar sobre ellas con toda confianza. Sin embargo, mis impresiones superficiales son más de similitud que de diferencia. En la Ciudad de Panamá me llamó la atención el contraste extremo entre la pobreza y la riqueza, pero me llamó la atención de manera similar cuando estaba en Calcuta en 1946 y en Abidján en 1965. Una geografía de los barrios marginales de todo el mundo sería una valiosa contribución a la literatura geográfica. Cuando estuve en Buenos Aires pensé: “Bueno, bien podría estar en París”. Por otro lado, las diferencias culturales sin duda existen, por ejemplo, las diferentes maneras en que las personas utilizan el espacio público.

El diario español El País lo ha denominado “el Confucio posmoderno”. En cambio, algunos autores lo describen como existencialista y discípulo de Sartre. ¿Cómo se definiría a usted y a su trabajo?
¿Confucio posmoderno? Posmoderno tal vez, pero no realmente confuciano. Temperamentalmente soy un poco romántico y encuentro a Confucio demasiado sensible ―demasiado lleno de sentido común― para mí gusto. Cuando era un niño en Australia descubrí el cristianismo y lo encontré de mi agrado, en parte, a causa de su exceso de romanticismo. “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”, es algo que Confucio habría encontrado demasiado extremo e irracional. También encuentro a Confucio un tanto demasiado pasivo. Su “no hagas a otros lo que no quieres te hagan a ti” resulta un interesante contraste con el activista de Jesús: “Haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti”. Cuando era joven desperté simpatía por el existencialismo sartreano debido a su argumento a favor de la libertad radical.

¿Cuáles son los geógrafos e investigadores que más le han influenciado?
Carl Sauer, Clarence Glacken, J. B. Jackson y David Lowenthal. Los filósofos que más me han influenciado son Maurice Merleau-Ponty, Leszek Kolakowski, Simone Weil, e Iris Murdoch.
Su trabajo, desde una perspectiva humanista, resulta en una refinada crítica de un mundo que concibe a los hombres y sus espacialidades como simples mercancías y fríos objetos.

¿Cuál sería la diferencia más radical entre su forma de crítica y el trabajo de Marx sobre la alienación y enajenación del hombre?
El marxismo es un humanismo, además encuentro más reveladoras las ideas sobre la alienación y el enajenamiento. Karl Marx es, sin embargo, un hijo de la Ilustración. Por lo tanto es demasiado optimista para mí. Por optimista me refiero a su creencia de que la naturaleza humana puede ser alterada para bien como resultado de la lucha de clases y una redistribución de los medios de producción. Mi parcialidad juvenil por el existencialismo sartreano y mi temperamento romántico quieren decir que también soy demasiado optimista, pero mi optimismo está en la individualidad humana ―en su capacidad para el cambio― en lugar de la capacidad de la sociedad para el cambio. Por otro lado, creo consideradamente en los movimientos sociales, movimientos más que revoluciones, ya que estos últimos suponen una amplitud y claridad de visión que casi con toda seguridad no tenemos.

En una de sus últimas conferencias en Colombia, Françoise Choay hizo una afirmación contundente: “El concepto de la ciudad es obsoleto. Para definir las aglomeraciones urbanas que estamos presenciando en el siglo XXI, habrá otro concepto que remplace al de ciudad”. ¿Qué opina?
El concepto de la ciudad es obsoleto ―verdaderamente obsoleto― cuando no hay nada fuera de ella que la defina. ¿Hemos llegado a esta etapa? En tanto que la naturaleza y el campo no son obsoletos, la palabra ‘ciudad’ seguirá siendo útil.

¿Cuál es su mensaje a los nuevos jóvenes investigadores?
Mi mensaje a los jóvenes investigadores y pensadores es a desconfiar de cualquier línea de pensamiento que esté demasiado de moda, de cualquier autor que se cite muy a menudo. En concreto, les pido afrontar el reto de escribir con la máxima claridad.