¿Por qué ganó Santos y por qué perdió Zuluaga?
Juan Manuel Santos ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales por la misma razón por la que perdió la primera: la paz. Cuando arrancó la campaña, solo un 4,9% de los colombianos (Gallup Poll, noviembre de 2013) consideraba que negociar un acuerdo con la guerrilla era la principal tarea del próximo mandatario. Al concentrar su mensaje en ese asunto, descuidó temas como salud, educación, infraestructura y seguridad ciudadana, que son, según las mismas encuestas, los que más agobian al país. Por eso apenas uno de cada cuatro electores votó por él, y su contendor, Óscar Iván Zuluaga, que habló de esos temas críticos y se distanció de la paz, le sacó 4,5 puntos porcentuales el 25 de mayo.
Pero en los sistemas de primera y segunda vuelta, fracasan los que no entienden que se trata de dos batallas totalmente diferentes: que en la primera los electores votan con el corazón, es decir por quien les da la gana, y en la segunda con la cabeza, es decir por aquel a quien menos desprecian. Y eso es especialmente cierto en cuanto a los electores cuyos candidatos quedaron eliminados en la primera. Son ellos quienes deciden el ganador de la segunda, al votar por el que menos rechazo les genera.
Santos entendió que si bien la paz había resultado un mensaje de alcances limitados para el 25 de mayo, era la clave para conquistar al grueso de los votantes de centro y de izquierda (peñalosistas, polistas, petristas e indecisos) para el 15 de junio, ya que casi todos los votantes de centro-derecha que habían acompañado a la conservadora Martha Lucía Ramírez se irían con Zuluaga. El mensaje de Santos fue claro y sencillo: no voten por mí, voten por la paz.
Mientras tanto, Zuluaga enfrentaba el desafío contrario: reorientar su mensaje para ampliar su alcance. Los opositores a las negociaciones de La Habana habían votado casi todos por él en primera vuelta. Y los que no, lo habían hecho por Ramírez. Si Zuluaga seguía con el mismo discurso, corría el riesgo de sumar solamente su 29,5% de la primera vuelta con el 15% de la exministra conservadora, con el cual (44,5%) no completaba la mitad más uno de los votos, necesaria para ganar en segunda vuelta.
Al principio, lo intentó: pactó con Ramírez ajustar el discurso para darles una oportunidad a los diálogos de La Habana. Ha debido seguir por ahí: los enemigos de los diálogos con las Farc no lo iban a abandonar por hacerlo, pues al otro lado tenían a Santos, el mismísimo coco ‘castro-chavista’. En cambio, una actitud más serena y constructiva frente a las negociaciones con la guerrilla podía desprevenir a los votantes de centro (peñalosistas e indecisos), atraerlos y permitirle a Zuluaga sumar más del 50% de los votos.
Algunos de sus asesores se lo propusieron y lo animaron a crear una comisión destinada a darles continuidad a las conversaciones en Cuba, apenas Zuluaga ganara las elecciones. En ella estaría la excandidata Ramírez, el vicepresidente Angelino Garzón (que con eso se sacaba un clavo por haber sido descartado por Santos para un segundo mandato), el exconstituyente Álvaro Leyva y el senador del Polo Jorge Enrique Robledo, quien se había apartado de la línea de la candidata de su partido, Clara López, de apoyar a Santos en segunda vuelta por cuenta de la paz. Algunos propusieron incluso a Álvaro Uribe. “Imagínese lo que habría sido Uribe diciendo que estaba dispuesto a ir a La Habana a cerrar el acuerdo con las Farc”, me dijo un asesor de Zuluaga.
Pero Zuluaga no estaba convencido y prefirió esperar. Cuando la encuesta de la campaña le indicó que Santos le pisaba los talones, él y su asesor brasileño, el publicista Duda Mendonca, leyeron mal la causa: pensaron que era por el cambio de discurso en cuanto a la paz y cometieron el error que les costó la Presidencia. En vez de seguir por ahí, impulsar la idea de la comisión de paz y enviar un mensaje más moderado, endurecieron el discurso con el comercial de las naranjas y la actitud agresiva en el debate de Citytv. De ese modo, ahuyentaron a los votantes de centro sin los cuales era imposible ganar en segunda vuelta.
Mientras tanto, Santos insistió en la paz, se aseguró la gran mayoría del centro y de la izquierda, y ganó su segundo mandato presidencial. No fue lo único que hizo: también repartió más mermelada que nunca y con ello garantizó que los caciques de la Costa, el Valle, los Santanderes y el suroccidente de Bogotá pusieran a plena potencia la máquina de comprar votos. Pero aun así, habría perdido si Zuluaga no comete la fatal equivocación de creer que podía ganar la segunda vuelta con el mismo mensaje con que había ganado la primera, mientras Santos entendió que lo que había fallado en la primera le iba a garantizar el triunfo en la segunda.
Por qué ganó Santos
Por Sergio Araújo*
Es fáctico que un 49% votó contra Santos, a disgusto con 4 años de anuncios fallidos y el desacato al mandato popular de 9 millones en 2010, que media Colombia percibe como una simple traición.
Ganó la reelección, con una campaña sin precedentes en desequilibrios desplegados: la prensa y el erario al servicio de Santos; los gobernadores y alcaldes “seducidos”, 180 congresistas se valieron de todo. Las Farc y el Eln ayudaron; la Marcha Patriótica se fondeó, Petro se empeñó, Clara se desdijo, Peñalosa se entregó, y –juntos– permitieron o perpetraron el desdibujamiento de la institucionalidad, ejemplificado dramáticamente por una Fiscalía que, para atajar al uribismo, usó tácticas de amedrentamiento y coerción inéditas hasta ahora.
¿Semejante artillería, solo consiguió un 50% de aprobación? El interrogante debe atormentar al Presidente. Porque garantizó su reelección, pero perdió el pudor y la majestad presidencial. Santos ganó donde menos educación y mayores precariedades abundan, por influencia de las dádivas del Gobierno.
La semana de elecciones, el Dane reportó un crecimiento del 6,4% en el último trimestre. Parecía buena noticia; salvo porque el aumento del PIB del 2,3% viene del giro para inversión pública en obras de ingeniería, que creció 24,8%. Claro, de los contratistas salió el efectivo para las elecciones.
Santos no ganó por la paz, sino a pretexto de una paz que, pese a ser el quinto tema en importancia –según encuestas–, fue la bandera a cuyo auspicio derramó gabelas a la clase política, y se deshizo en compromisos con sus gobernadores y alcaldes reelectores.
No era fácil encontrar un santista orgulloso, por fuera de la Fundación Buen Gobierno, pero ganó: a pesar de su deplorable estrategia, cuyo único acierto fue decirle “títere” a Zuluaga. Eso acomplejó a sus asesores y escondieron a Uribe, para tranquilidad de Santos.
El Presidente prometió –a varios– la concesión del río Magdalena (cada grupo asociado a un barón electoral costeño), repartió ministerios, ofreció casas, plata, reformas, y se sobregiró en palabra y moneda, sin poder responder. Pronto habrá reforma tributaria para tapar el hueco, y crisis de gobernabilidad cuando sus variopintos “aliados” empiecen a cobrar.
Cuando estalle, ahí estará el Centro Democrático con una bancada disciplinada, planteando, con 41 congresistas, una oposición tan dura como la del Polo a Uribe. Pero con muchos más centuriones.
Por qué perdió Zuluaga
Difícilmente es perdedor quien sacó 7 millones de votos, sin comprar uno. Zuluaga es, más bien, la alternativa indudable cuando colapse la Unidad Nacional.
Su despegue estuvo lleno de obstáculos. Contó con Uribe, quien no funciona como jefe, sino como una fuerza de la naturaleza que avanza, empuja y ejerce desplegando combatividad. La palabra que mejor lo define es combatividad.
Pero Zuluaga no es combativo, es constante. Y arrancó cuesta arriba: la prensa lo ignoraba. La rumorología y el sonsonete de “no tiene carisma” le castigaban. Su eslogan era malo, su imagen no atraía. En errores de comunicación se dilapidó mucho tiempo.
Descifrar cómo “vender” ese político distinto no era fácil. Un hombre muy preparado, estudioso, metódico. Sin codicia. Sencillo, analítico y respetuosísimo. Elocuente, pero no locuaz. De Brasil vino Duda Mendonca para proyectarlo, y lo logró.
Los Zuluga han tejido durante años una red de afecto que es su fuerza, y su mayor debilidad. La oferta de manejo para redes sociales, que ofrecieron Lina Luna y Sepúlveda, llegó mimetizada en ese círculo de confort. El dossier del hacker los tomó por sorpresa. Los golpeó.
A Óscar Iván le cuesta fiarse de quien no se le asemeje. Toma decisiones con su núcleo vital. Su inteligencia emocional es eficaz, pero no versátil. Quien finja parecérsele penetra sus defensas, y lo encuentra expósito en una honestidad que no maquilla debilidades; las expone, las entrega, y procura así no sucumbir por ellas.
Por esa confianza en lo propio, designó gerente de campaña a su hijo mayor. Y semejante empresa terminó dirigida por un niño-genio de 24 años, al que le conocimos el genio, y le padecimos el niño.
David Zuluaga encandiló con su inteligencia y sorprendente cultura. Pero también, literalmente, “jugó a la campaña”, monopolizó la estrategia comunicacional e impidió que los asesores brasileños tomaran información de cualquier fuente diferente a él mismo, limitándolos. Su padre no suplió su inexperiencia imponiendo límites a ese criterio con aires de superioridad que capturó la campaña y la hizo impenetrable.
La candidez con que se pactaron los debates, y cierto triunfalismo inocentón, facilitaron la embestida del Gobierno. Muchas decisiones tácticas se tomaron cuidando, protegiendo, y eso restó audacia. Cuando la Fiscalía citó a Luis Alfonso Hoyos, la campaña se amilanó, y la estrategia que comenzaban a reenfocar los brasileños abrevó en temores.
Creo que Zuluaga ganó voto a voto, pero Santos iba por la victoria, imperialmente, sin escrúpulos… ¿Que podía costarle? Lleras Restrepo tumbó la elección a Rojas Pinilla, y nadie se ruboriza al evocarle como gran demócrata del siglo XX. Santos lo sabe, y decidió quedarse a como diera lugar.
Un gobierno de Zuluaga habría sido reconciliador. La suya hubiera sido una paz responsable. Su álter ego, Luis Alfonso Hoyos –y no Uribe– habría sido el hombre más importante del Gobierno. Y Colombia hubiera dado seguramente el salto educacional que nos insertara en el primer mundo, transformándonos.
Pero, como me dijo un amigo: “Hubiera” no existe.