PEDRO FERMÍN DE VARGAS Y BÁRBARA FORERO: UN AMOR ILUSTRADO
Un caso de adulterio
La relación ilícita de esta pareja se convirtió en escándalo público el 16 de diciembre de 1791, cuando la noble villa de Zipaquirá se despertó con el rumor confirmado de la fuga del corregidor de la ciudad, su máxima autoridad, con la esposa de un notable vecino. Se trataba del criollo don Pedro Fermín de Vargas, de 29 años y oriundo de San Gil, casado y con hijos con doña Catalina Venegas con quien no dormía, pues según ella dijo tenían cuartos separados, y de la joven Bárbara Forero, esposa legítima de don Ignacio Nieto. Como suele suceder en estos casos fue don Ignacio el último en enterarse de los amoríos públicos de su mujer, justo el día posterior a la fuga, sorprendido de la suerte y del destino que lo había hecho acompañar el día anterior al fugitivo corregidor, en su último viaje a Santafé, sin sospechar que detrás de él venía su esposa1.
Doña Catalina denunció el adulterio el 28 de diciembre, dando paso a una exhaustiva investigación que dejó perplejas a algunas autoridades, mientras otros vieron el encubrimiento de un posible plan revolucionario. Se trataba del más reputado talento entre los jóvenes criollos, por lo que fue necesario interrogar una y otra vez a autoridades y a vecinos, sobre todo a los cómplices, que los hubo, sobre la dirección que había tomado la fugitiva pareja.
Clemencia Forero, hermana menor de Bárbara, dijo ignorar su destino; el indio Sutaneme, quien los acompañó hasta Santafé, desconoció que se trataba de una fuga; los españoles Rodríguez y Calviño –confidente este último y antiguo capitán comunero–, cruzaron con ellos los valles de San Martín y el Orinoco hasta tierras venezolanas, y declararon suponer que alcanzarían un puerto en la costa, con pasaporte y nombre falso, y fue cierto. En Puerto Cabello, y después de dos meses de camino, la pareja se embarcó para las Antillas. En islas grandes y pequeñas pasaron sus años de convivencia como un matrimonio formal bajo los nombres de Fermín Sarmiento y de Ana Josefa Arias. Vargas se dedicó a la botánica y a la medicina, a cultivar amigos de sus ideas y a establecer los contactos que lo llevarían a Europa.
Un revolucionario encubierto
Desde ese momento Pedro Fermín se convirtió en el neogranadino más buscado por las autoridades españolas después del venezolano Francisco de Miranda, con quien trabó fuerte amistad entre 1799 y 1804, decididos a promover y a organizar, desde el extranjero, la soñada independencia de las colonias españolas. Usó varios nombres como conspirador: de 1797 y hasta 1801 Vargas se presentó como Pedro de Oribe; a partir de entonces, en especial en Europa, se hizo llamar Peter Smith, como figura en el pasaporte que el gobierno inglés le otorgó para su mayor protección.
Pocas semanas después de haber llegado a Inglaterra en 1799, Vargas entregó al ministro británico Pitt un completo memorial –en el que se presenta como legítimo descendiente de indios y españoles–, sobre la importancia de apoyar los planes emancipadores, dadas las riquezas del Virreinato, que Pedro Fermín conocía mejor que nadie. Pero, antes de sus estancias en Londres con Miranda, antes de sus periplos por Cuba, los Estados Unidos, España, Francia, Holanda e Inglaterra, y de nuevo por las Antillas y después no sabemos, antes de su misteriosa desaparición en 1806, fue el amor por Bárbara Forero y su escandalosa fuga el acontecimiento que cobró dimensiones políticas, alertando por primera vez a las autoridades españolas sobre la posibilidad de un plan revolucionario en el que jóvenes de la elite criolla podían estar comprometidos.
Así, por ejemplo, el caso de Antonio Nariño, quien de seguro conoció los planes de fuga –quizás ventilados en su tertulia el “Arcano de la Filantropía”–, pues fue él quien compró la propiedad más valiosa de Pedro Fermín, su biblioteca, confiscada y usada como prueba en el juicio contra Nariño por la traducción de los Derechos del Hombre en 1794, por lo que fue condenado a la cárcel de Cádiz, en España. No sabemos si Pedro Fermín y Nariño volvieron a encontrarse en algún momento de sus vidas, seguro que no en las tierras de la Nueva Granada, lo que no impidió a Nariño ser testigo de la manera distinta como este hecho marcó la vida de ambos amantes, y también la suya propia.
“Extravío imperdonable”
Alertado ya por la experiencia de que las revoluciones amorosas no eran buenas compañeras de las políticas, y en comentario a un amigo en Nueva York, Pedro Fermín calificó su propia fuga como un “extravío imperdonable”. Si se piensa el amor como un fenómeno de época, permeado por el contexto socio-político en que tiene lugar, el amor entre Pedro Fermín y Bárbara encarna, en su propia singularidad, el sentimiento ilustrado de finales del siglo XVIII en la Nueva Granada. El conocimiento, la experiencia, el sensualismo, la libertad, la felicidad y la militancia política, fueron valores evidentes en su “imperdonable extravío”.
Los tiempos de los amores del virrey Solís (1753-1761) y su expiación religiosa en el convento de San Francisco, cuando todavía el cuerpo social e individual pertenecían a la iglesia –como a la vieja usanza de los Austrias–, daban paso al amor sensual que reivindicaba la autonomía intelectual y moral como principio de toda elección, incluida, por supuesto, la elección del amor. Así lo hizo saber Bárbara Forero al tribunal que la interrogó en Bogotá a su regreso, declarando que por sobre toda consideración no volvería con su legítimo esposo.Años más tarde Manuela Sáenz seguiría su ejemplo, cuando se impuso el deber de ofrendar el cuerpo a la patria, y ella se entregó a Bolívar. Para Bárbara y Pedro Fermín se trataba de los aires modernos introducidos por Carlos III, quien reinó de 1759 a 1788 y se atrevió a quitarle el cuerpo social a la iglesia en favor del Estado, a través de sus reformas borbónicas, y de la más impactante de ellas, la introducción de las ciencias modernas en la reforma educativa coordinada por Moreno y Escandón y guiada por la mano de Mutis, de la que Vargas fue producto refinado.
Luces y sombras
A un año de graduarse, en 1781, la revolución de los comuneros sorprendió a Pedro Fermín como “colegial mayor” del Rosario. En 1782, con título en jurisprudencia, políglota y preparado como economista y botánico, fuertemente inclinado a la medicina, fue elegido como uno de los primeros colaboradores de la Expedición Botánica.
En 1784 fue llamado por el arzobispo-virrey Caballero y Góngora, su futuro protector, como oficial cuarto de la secretaría del Virreinato. Es el mismo Caballero y Góngora quien lo recomendó y regresó a la Expedición y al lado de Mutis en 1787, en la “plaza de Factor de Ramo de Quina”.
En 1789 fue nombrado corregidor de Zipaquirá por el virrey Ezpeleta. Destacado por su excelente administración, es el primer criollo en empezar a escribir de manera sistemática sobre gobierno, economía y planeación, dejando ver un pensamiento fisiócrata y renuente a la minería como base para el desarrollo económico del país. De sus informes científicos para la Expedición, el más destacado fue su memoria sobre el Guaco, bejuco contra la mordedura de serpiente, que Pedro Fermín experimentó en su propio cuerpo, pues se propuso como voluntario para dejarse morder y luego inocular el antídoto por parte de un indio que por tradición conocía la cura, con lo que se instalaba la costumbre de nombrar en términos occidentales y como si fueran nuevos los conocimientos ancestrales de las culturas nativas de las nuevas tierras. De otra parte, sus tres representaciones al virrey sobre las necesidades y las soluciones para mejorar la ciudad, lo ponen a la cabeza de los estudios urbanísticos en la historia del país. Por desgracia las propuestas fueron desestimadas y se sumaron a la serie de desencantos que Pedro Fermín empezaba a acumular.
Sin duda, las frustraciones por la mediocridad de la administración central, sumada a sus ideales revolucionarios, una esposa que le resultaba odiosa y un salario pobre para su cargo, encontraron solaz en los brazos de la joven Bárbara Forero, caluroso estímulo para planear con maestría y detalle la fuga que jamás sospechó sin retorno. Seis años sostuvieron Pedro Fermín y Bárbara su romance en las Antillas, que terminó formalmente en 1797 en Jamaica, momento y lugar donde la pareja decidió separarse, él para seguir su camino de revolucionario impenitente y ella para volver al Virreinato a hacer suya la causa de la libertad que había aprendido a querer. Ignoramos si después de su separación pudieron comunicarse, pero sabemos que Vargas lo intentó: en septiembre del mismo año y desde La Habana le remitió una libranza por 800 reales que, por supuesto, ella no pudo reclamar. Desde Nueva York le escribió dos cartas con fechas de 14 de julio y 25 de diciembre de 1798, confiscadas también por las autoridades.
Los silencios de Bárbara y Pedro Fermín
El arribo de Bárbara Forero en un barco neutral a las costas de Santa Marta el 19 de junio de 1797 fue motivo de alarma entre las autoridades virreinales, máximo cuando días después se dio la noticia de la detención de Antonio Nariño, quien se había fugado de la cárcel de Cádiz y había regresado disfrazado a Santafé; una vez interrogado y seguramente para causar mayor confusión en las autoridades, insinuó la presencia de Vargas en el Virreinato. Si estas declaraciones complicaron el nuevo juicio de Nariño, no fue así con la Forero; acusada de abandono de hogar fue encontrada inocente después de un par de meses. Dijo haberse separado por “cuestiones religiosas” y negó conocer planes políticos o revolucionarios. Se sabe que regresó a Zipaquirá, sin el “cuaderno en que traía escrita su vida, y aun pintado su viaje y entrada en esta capital”, anexado al expediente en su contra, perdido hasta hoy en algún archivo histórico.
A partir de ese momento y hasta 1810 Bárbara se silencia para la historia y en cambio Pedro Fermín aparece como el intelectual, político, economista y científico naturalista que gestiona y escribe memoriales y proyectos en el extranjero. Los argumentos sustentados sobre la necesaria independencia y el futuro desarrollo económico y social de las nuevas repúblicas, articularon el discurso político de Miranda, a quien le faltaba el conocimiento pragmático y al mismo tiempo visionario de Vargas. Las diferencias entre ambos, sobre la forma como se debía conducir la emancipación, llevaron a la ruptura de su amistad. A partir de 1806 y haciendo honor a su propia libertad y autonomía, su rastro desaparece en la historia política, dejando como especulación la idea de que quizás Vargas se retiró al estudio de la medicina y la botánica. Para 1808 unos cuantos lo ubican en Londres, otros lo piensan con mujer e hija en las Antillas, y algunos en Nueva York.
El año de 1810
Los sucesos del 20 de julio vuelven a juntar el nombre de los amantes. De Bárbara sabemos que fue una de las mujeres que ese día agitó al pueblo en la exigencia del cabildo abierto. Es lo que dice la relación de Pablo Morillo sobre los condenados por el Tribunal Militar de Purificación, el 12 de agosto de 1816: “Bárbara Forero, compañera de Matilde, que se presentó en público a arengar, se preciaba de tener escuela pública y abierta en su casa para enseñar a sus compatriotas los bellos modales, etc., es natural de Zipaquirá y ha salido desterrada a Suesca”. Sobre la participación femenina durante el 20 de julio Francisco José de Caldas publica en el número 2 del Diario Político de Santafé (29 de agosto de 1810) la siguiente nota: “¿Hay heroínas entre nosotros? ¿Qué nos puede presentar más grande la historia griega y romana? El sexo delicado olvidó su debilidad y su blandura cuando se trata de la salud de la Patria (…) Cuando el gobierno sepa quién es esa heroína formidable, debe decretarla una banda de honor para premiar el mérito y el valor”. Y los nombres se supieron, pero gracias al pacificador Pablo Morillo. Para 1828 Bárbara Forero aparece en un registro como propietaria de una casa en Zipaquirá.
De otra parte, mientras los miembros de la junta santafereña pretendían publicar un compendio de los escritos de Vargas, la junta del Socorro enviaba comunicación a la junta de Caracas para que fuera publicado en la Gaceta de esa ciudad (10 de octubre de 1810) un llamado a quien supiese del paradero de don Pedro Fermín de Vargas para que regresara “a socorrer a su patria con las luces que ha adquirido y que lo han hecho desgraciado por tantos años. Actualmente no sabemos dónde se halla este hombre, pero juzgamos que en Londres o en el Norte de América”. Al año siguiente, en febrero de 1811, un funcionario venezolano informó al secretario de la junta de Caracas, sin mayor detalle, sobre la recién acaecida muerte de don Pedro Fermín.
Referencia
- El romance entre Pedro Fermín de Vargas y Bárbara Forero parece haber causado más interés en los historiadores que la misma vida y obra de sus protagonistas, de quienes se ignoran sus últimos años de vida. De las biografías de don Pedro Fermín se destaca la de Roberto María Tisnés Jiménez, publicada en 1979, que sigue siendo el estudio más riguroso y autorizado sobre Vargas, “Precursor de Precursores”.
Bibliografía
- Grisanti, Ángel. El Precursor Neogranadino Vargas. Bogotá, Editorial Iqueima, 1951.
- Hernández de Alba, Gonzalo. “Los amores fugitivos de Bárbara y el Corregidor”. En Del amor y del fuego. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1991, pp. 55-70.
- Miramón, Alberto. Dos vidas no ejemplares: Pedro Fermín de Vargas. Manuel Mallo. Bogotá, Biblioteca Eduardo Santos, vol. 24. Publicaciones Editoriales, 1962, pp. 9-81.
- Ortiz, Sergio Elías. “El informe oficioso del conde de Torre Velarde y sus noticias sobre D. Pedro Fermín de Vargas y Bárbara Forero”. En Boletín Cultural y Bibliográfico, junio de 1962, vol. V, No. 6. Bogotá, Banco de la República, 1962, pp. 686-690.
- Tisnés-Jiménez, Roberto María. Pedro Fermín de Vargas. Biografía de un precursor. Bucaramanga, Academia de Historia de Santander, 1979, 535 pp.